El Gobierno Frankenstein vs. el Presidente ausente

El argumentario, el documento que aglutina los mensajes e ideas clave de una empresa o institución respecto a un determinado asunto, es una pieza clave a la hora de saltar al ruedo mediático. La literatura respecto a sus características es considerable, pero se puede resumir en las siguientes virtudes:

  • Alinea a un grupo de personas a la hora de abordar por separado intervenciones públicas sobre temas importantes
  • Brinda una sensación de unanimidad dentro del grupo que, además, quiere extenderse al resto de la sociedad
  • Orienta la atención de la audiencia en una dirección y/o la distrae de temas no deseados
  • Busca empatía y solidaridad en el receptor
  • Simplifica el debate a términos fácilmente comunicables y entendibles

Los argumentarios están hoy en día tan extendidos que hay quienes les culpan (no sin cierta razón) de favorecer el pensamiento único dentro de las organizaciones. Sin embargo, en momentos de crisis se agradece todo lo que aporte seguridad. La política, que es en sí misma un estado perpetuo de emergencia y confrontación, resulta un terreno abonado para la proliferación de argumentarios.

Momentos como la última moción de censura, la caída del Gobierno de Rajoy y el ascenso de Pedro Sánchez a las cumbres del poder político nacional son una buena muestra del uso intensivo de los argumentarios por parte de todas las formaciones políticas. Hablase quien hablase, las palabras eran las mismas que las del resto de compañeros que estaban hablando en ese mismo momento.

Una regla general a la hora de afianzar un posicionamiento es la de abrazar principios universalmente aceptados para despertar la cordialidad del receptor. En la actualidad, conceptos como el respeto a la voluntad de la ciudadanía, el Estado de Derecho, la libertad, etc. revisten de autoridad incontestable a aquellos que los invocan. De ahí el empeño de todos los portavoces por aliñar su discurso con estos elementos casi sagrados en nuestros sistemas democráticos.

Lo lógico es que dos posiciones confrontadas busquen el amparo de dos principios diferentes, aunque como vimos en el caliente otoño catalán ambas partes decían hablar en nombre de la democracia. Dejando estas excepciones de lado, lo habitual es que el debate en torno a la preeminencia de dos principios estalle en el terreno de las creencias, esto es, en cómo estos principios se aplican al mundo real. Así, el viernes 1 de junio lo que para unos era un acto de dignidad democrática, para otros era una forma de violentar lo que las urnas dijeron en las últimas elecciones generales. El desencuentro entre estos dos puntos de vista tuvo una fecunda descendencia: “gobierno Frankestein”, “presidente ausente”, “traición vasca”…

Una guerra de argumentarios puede caer en lo estrambótico a fuerza de simplificar los términos del debate. En las manos de todos nosotros está evitar la deriva. Los medios tienen el deber de elaborar informaciones contrastadas, más allá del ‘periodismo de declaraciones’. Por su parte, los consumidores de información deberían exigir a los portavoces discursos adultos, que presten atención a los detalles, los matices y las diferencias. Si desde el lado del “consumo” somos exigentes, los que generan la información tendrán más difícil colar productos adulterados.

Roberto Pastrana 

Dédalo
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