Los pecados de la comunicación del ‘procés’

El norteamericano Richard Thaler ha ganado el Premio Nobel de Economía este año por estudiar, entre otros temas, la irracionalidad de la mayoría de las decisiones financieras que tomamos. En los últimos tiempos cada vez hay más investigadores de diversas disciplinas que destacan que el frío cálculo tiene poca relevancia en nuestro comportamiento. A la luz de sus teorías parece claro que actuamos fundamentalmente desde las vísceras.

Si somos irracionales en lo que nos afecta a la cartera, una cuestión muy dada a dejarse influir por el interés puro y duro, qué podemos esperar de la política. La situación en Cataluña y la comunicación del ‘procés’ es paradigmática de hasta qué punto puede llegar el fervor, convenientemente alentado desde los medios y las instituciones.

En un terreno abonado a los ideales, la causa soberanista ha demostrado ser muy hábil para dar alas a una determinada sensibilidad. Sus responsables han insuflado entusiasmo en una parte importante de la sociedad catalana, si bien su éxito quizá se incrementa por la ausencia de una contraparte que le diese réplica.

La no comunicación es imposible

La comunicación es una herramienta de gestión, ya lo defendíamos en nuestro blog hace no mucho tiempo. Por eso, la inacción política del Estado para afrontar la deriva secesionista no podía encontrar una manifestación más representativa que la no comunicación desde Moncloa. Los nacionalistas pudieron chutar a placer a una portería vacía en la que los guardametas de turno no comprendían otra de las máximas en el campo que nos interesa: la no comunicación es imposible. Y esa “no comunicación”, con la que probablemente Moncloa pretendía hacer de menos a una posición que consideraba no merecía respuesta, inflamó a una parte de los catalanes y caló en ciertas audiencias en el extranjero, que dieron credibilidad a un discurso para que el que no había otra versión alternativa.

Donde sí hubo duelo fue en la confrontación de principios básicos, algo imprescindible en un pulso político. Desde el principio, el gobierno central apostó por el binomio legalidad/constitución que se contraponía al no menos potente de votación/democracia, elegido por el soberanismo. Llama la atención cómo en este tipo de confrontaciones, los valores que no sirven de bandera ni de munición se vuelven irrelevantes. En los días más turbulentos del ‘procés’, una manifestación que se alinease tras una pancarta en pro de la empatía o la concordia cívica posiblemente hubiese levantado miradas suspicaces en ambas partes.

Una puesta en escena planificada al detalle

Dejando de lado los esfuerzos por legitimar éticamente sus respectivas posturas, cabe resaltar la eficacia de la comunicación de los independentistas con una estrategia basada en gran parte en las imágenes. No sólo lograron que las fotos de las cargas policiales en el fallido referéndum diesen la vuelta al mundo, sino que planificaron con detalle la puesta en escena y ejecución de las manifestaciones de repulsa contra la actuación policial, volviendo una y otra vez a los valores que pretendían acaparar: democracia, derechos y libertades.

Al mismo tiempo, el recurso a mensajes en inglés, ya sea en las pancartas de las movilizaciones o en contactos y entrevistas con medios extranjeros, evidenciaban la intención de internacionalizar su reivindicación. Enfrente tenían a un Gobierno que parecía confiarlo todo a los contactos privados con otras instituciones. También se mantenían reuniones con corresponsales, aunque con una efectividad mucho menor que las que mantenían los separatistas.

Las semanas comprendidas entre el 6 de septiembre y el 8 de octubre, abarcan un periodo de frenesí informativo en el que la comunicación jugó un papel determinante. Aquel pico informativo ha quedado atrás, pero el encaje catalán en España está muy lejos de resolverse. Habrá tiempo y oportunidades de seguir analizando estrategias de comunicación, mensajes y puesta en escena de portavoces.

Roberto Pastrana 

 

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