Buenos hábitos en la dieta…informativa

¿Cuántas torrijas has comido durante la Semana Santa? ¿Sientes culpabilidad por haber sucumbido (demasiado) a la tentación del dulce pan empapado? Si te sirve de consuelo, tu caso no es único. Hay una legión de penitentes de camino al gimnasio para purgar los excesos de estas fiestas. Los remordimientos son consustanciales a toda celebración, que siempre viene asociada a alguna delicia de la repostería. Tras muchos informes sobre los perjuicios de una ingesta excesiva de azúcar, la sociedad ha incorporado en mayor o menor medida hábitos saludables para la dieta… alimenticia.

¿Pero qué sucede con el consumo de información?

Las nuevas tecnologías han puesto a nuestro alcance, casi en cualquier sitio y en todo momento, un caudal inagotable de noticias y datos. No tenemos que esperar a la “hora de la comida”, es decir, a la salida del periódico o al informativo de radio o televisión. Pulsamos un botón y ahí está el mundo infinito, en el que podemos saltar de noticia en noticia para atiborrarnos de actualidad. Sin restricciones. Sin medida. Como si no hubiese mañana.

En los primeros momentos de Internet, hubo muchos que echaron las campanas al vuelo ante esta libertad: apenas había dificultad para acceder a información de fuentes de diversas tendencias y procedencias. Incluso aunque fuesen medios pequeños o muy lejanos, con un click estaban a nuestro alcance. Se acabaron las audiencias cautivas, decían. La parcialidad estaba tocada de muerte, aseguraban. ¡La mentira tenía los días contados!

Pues bien, aquí estamos, en la era de las fake news.

La razón que nos ha traído hasta aquí es compleja, pero digamos que una parte del problema procede del hecho de que los sesgos encontraron una gatera para escabullirse: la escasa capacidad de nuestra mente para gestionar lo que no concuerda con nuestras ideas, de todo aquello que nos produce cierta desazón intelectual. Así, los expertos comprobaron que los internautas, en vez de navegar por diferentes medios de comunicación, permanecían fieles a sus medios de cabecera, a los que se añadieron otros… que ratificaban sus puntos de vista previos. Exposición selectiva, lo llaman los psicólogos.

A la vista de que nuestro cerebro nos tiende trampas, los envoltorios de los routers, teléfonos móviles y otros dispositivos con conexión a Internet deberían llevar un aviso como el de las cajetillas de tabaco: “Una ingesta descompensada de información puede distorsionar la percepción de la realidad y conformar prejuicios dañinos”. Sin embargo, esa llamada de atención no existe porque se da por descontado que, a medida que crecemos, desarrollamos (en casa y en el colegio) nuestro sentido crítico, que abre nuestra mente y nos convierte en ciudadanos responsables.

En casa y en el colegio. ¿De verdad?

¿Cuántas noticias has comentado esta semana de forma crítica con tus familiares? Respecto a la segunda variable de la ecuación, uno de los múltiples retos de las aulas es el de integrar de forma efectiva las nuevas tecnologías. No hablamos de incorporar ordenadores y tabletas a la clase, sino de enseñar al alumnado a buscar información, clasificar las fuentes y sus motivaciones, y seleccionar las más fidedignas. El desafío es básicamente infinito, porque el ritmo de los avances tecnológicos siempre estará muy por delante del sistema educativo (y el Derecho, y las instituciones y todas las construcciones sociales), pero no por ello hay que darlo por imposible.

No sólo los jóvenes tienen que adaptarse al alud de información. En los medios sociales, a todos nos tientan continuamente con información tendenciosa o directamente falsa. Y cada vez hay formas más sutiles de colar el material adulterado. Perfeccionar nuestros filtros es una labor constante y esencial a la hora de construir una dieta informativa saludable. Nunca hay que bajar la guardia: el ciberespacio está lleno de bollería industrial.

Dédalo
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