“Lo privado es político”, dice Pablo Iglesias, y “en coherencia”, añade, con esa reflexión somete a las bases de su partido la decisión de si él y su compañera se merecen seguir en la dirección tras la compra de un chalet a las afueras de Madrid. Cuántas veces nos hemos jactado en España de vivir en una cultura política donde lo privado interfería nada o casi nada en la carrera política. Durante el caso Clinton, y su «affaire»con la becaria Mónica Lewinsky, era recurrente hablar de cómo en el ámbito anglosajón las conductas privadas pesaban sobre el perfil político en contra de lo que ocurría en España, donde se fiscalizaba la gestión y no el mundo personal. Clinton era un presidente carismático, con índices de aceptación elevados antes de que se airearan sus devaneos en el despacho oval con una joven funcionaria “enamorada de su jefe”. El asunto se convirtió en un escándalo que acabó con la reputación del entonces presidente de los Estados Unidos y marcó el rumbo de las elecciones presidenciales en el país.

Recuerdo muy bien aquellos debates con alusiones al “Spain is diferent”. Se decía que era inimaginable que un asunto de faldas adquiriera tal relevancia política en España. Se hablaba de la tolerancia hacia las conductas íntimas de nuestros políticos. Y era cierto…en ese tiempo. Quizás todo haya cambiado o quizás los propios políticos deseen que eso cambie. En mi opinión, el mismo día que Pablo Iglesias e Irene Montero desvelaron en Facebook que iban a ser padres de mellizos con multitud de detalles sobre el amor que se profesaban el uno al otro, se pintó una nueva línea sobre los límites que un político debe poner a su privacidad. Varios colegas, con experiencia en la cobertura de noticias parlamentarias, se alarmaron y les tildaron de exhibicionistas y melindreros: “si muestran así en público sus acontecimientos personales que luego no se extrañen si andan detrás de ellos buscando información privada”. El asunto del chalet de Galapagar tiene mucho que ver con la legitimidad que políticos y medios han dado a la indagación en la vida privada de estos parlamentarios. Ellos mismos, Iglesias y Montero, han elevado la importancia pública y política de su planificación familiar ya que, en un acto sin precedentes, la utilizan para legitimarse como dirigentes de Podemos. Habrá quien diga que lo que se está analizando en el debate público es si la pareja de Podemos es coherente con lo que defienden. Me parece que quedarse ahí es poner las luces cortas. Me preocupa más que los medios entren como buitres a descarnar a los políticos por asuntos privados y me horroriza por encima de todo que, incluso ellos, los políticos, alimenten la rapiña.
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