Iniciamos hoy una secuencia de artículos firmados por el reconocido escritor, historiador e investigador Fernando Iwasaki sobre el lugar del español en el mundo. Para Dédalo es una enorme satisfacción abrir nuestro blog a Iwasaki, colaborador habitual de los medios españoles y ponente en eventos que el Instituto Cervantes organiza por todo el mundo.
Siempre he sentido una fascinación irresistible por la poliglotía. Es decir, por el conocimiento práctico de varios idiomas. No hablo ni del dominio ni de los certificados que supuestamente acreditan tales dominios, sino del interés, la apertura y la curiosidad que sabemos imprescindibles para disfrutar de una mínima versatilidad en lenguas distintas de la propia.
Algunas veces los idiomas están unidos por vínculos casi familiares -como las lenguas eslavas, romances y escandinavas- y otras veces requieren estudios rigurosos y sistemáticos, como le constará a cualquier hispanohablante que haya tenido que aprender ruso, alemán o japonés. Con todo, el único requisito indispensable para aprender otro idioma es conocer muy bien el de uno, pues solo quien domina su lengua materna es capaz de conseguir lo mismo con las demás.No deja de ser curioso que la diversidad lingüística aparezca indistintamente en la Biblia como una maldición y como una bendición. Así, los habitantes de Babel fueron confundidos por Yahvé y condenados a no entenderse, mientras que los apóstoles que recibieron el Espíritu Santo en Pentecostés fueron bendecidos con la glososalia o don de lenguas. Sin embargo, entre los discípulos que salieron hablando nuevos idiomas no estaba Pablo de Tarso, acaso el apóstol que más y mejor escribió acerca de la poliglotía.
Pablo de Tarso era persa, palestino, judío, griego y romano, y hablaba con fluidez el arameo, el latín, el hebreo y el griego mucho antes de caerse del caballo camino de Damasco. En nuestro siglo XXI es tan sencillo ser políglota, que no ser capaz de chapurrear un mínimo de tres idiomas pronto será una suerte de analfabetismo. Sólo por eso Pablo de Tarso ya era un hombre fascinante.

Otra época extraordinaria para la poliglotía fue el Humanismo, porque en un lapso de 400 años las élites laicas le arrebataron a la Iglesia el monopolio de las lenguas clásicas y así florecieron poetas como Petrarca, filósofos como Maquiavelo, narradores como Cervantes, moralistas como Erasmo, dramaturgos como Shakespeare, cosmógrafos como Mercator, cronistas de Indias como el Inca Garcilaso y por encima de todos el gran Michel de Montaigne, creador del ensayo y él mismo soberbio humanista gracias a su educación latina y a su fastuoso conocimiento de los clásicos, saberes que le permitieron escribir en un francés que engrandeció su lengua materna, además de leer en español, italiano, catalán y portugués, entre otras lenguas romances y por lo tanto vecinas del francés.
Por otro lado, si fuera especialista en lenguas clásicas me encantaría acometer un estudio de los vocabularios y gramáticas de las lenguas orientales y amerindias que los evangelizadores españoles publicaron a lo largo del siglo XVI. ¿Cómo fueron dilucidados a la vez el quechua, el tagalo, el náhualt, el chino, el guaraní o el japonés? Sin duda, gracias al riguroso conocimiento que los doctrineros tenían de la gramática latina y a través de la cual decodificaron y estructuraron aquellos idiomas desconocidos. Sin embargo, como los nuevos vocabularios fueron escritos para que un europeo fuera capaz de evangelizar utilizando esas lenguas extrañas mientras los nuevos cristianos aprendían el español, carecemos de obras redactadas en lenguas orientales o amerindias polinizadas por la gramática latina, a diferencia de lo ocurrido con el alemán, que sí resultó fecundado por el latín gracias a la traducción luterana de la ‘Vulgata’.
Pido disculpas por el largo excurso con el que he comenzado mi exposición, pero quería dejar claro que creo que todos los ciudadanos españoles deberíamos tener un mínimo de conocimientos de gallego, catalán y euskera. También estoy a favor de que todas las películas y series se emitan en versión original subtitulada. Asimismo, no soy enemigo del inglés, pues considero que los jóvenes deberían obtener el B1 al terminar la secundaria y que nadie debería egresar del bachillerato sin conseguir un B2. Los grados universitarios deberían exigir un B2 en otra lengua moderna distinta del inglés, las maestrías o magísteres un nuevo B2 en una tercera lengua y los doctorados un C1 en tres lenguas modernas.
Por lo tanto, para mí lo ideal sería entronizar la poliglotía en el mundo y solo entonces determinar cuál es el lugar que ocupa el español.
Fernando Iwasaki. Narrador, ensayista, crítico e historiador
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