No cabe duda de que todo el mundo comulga con las tesis del fenómeno NIMBY. Es la corriente social, cuya denominación viene de sus siglas en inglés Not In My Back Yard (no en mi patio trasero). Este fenómeno bandera posturas contrarias a proyectos, generalmente industriales, que implican muchos riesgos y ninguno o escasos beneficios a los habitantes de la zona. Así, antenas de telefonía móvil, centrales térmicas o incineradoras son demonizadas por plataformas que aglutinan desde ecologistas a asociaciones de vecinos y colectivos de toda índole. El objetivo, unir sus fuerzas cuando creen peligrar su entorno, su salud y por qué no, también sus intereses económicos.
Porque es verdad que hoy nadie se plantea la vida sin un móvil o un hogar sin electrodomésticos. Con frecuencia, hasta abanderamos posturas eminentemente “verdes” como la jerarquía de los residuos o las 3 erres: reducir, reciclar y recuperar. Sin embargo, asumir la instalación de una antena en nuestro tejado, la construcción de un ciclo combinado en nuestro término municipal o el uso de residuos como combustible en una planta industrial próxima al colegio de nuestros hijos, es otra historia.
Las posturas enconadas del fenómeno Nimby
Al fenómeno NIMBY se le recrimina fundamentalmente su postura enconada sin alternativa posible. También su discurso emotivo carente de rigor científico y su hipocresía, según los promotores de algunos de estos proyectos cuestionados. Este calificativo, acuñado por las industrias afectadas, se debe a que en general los NIMBY no se mostrarían contrarios a las iniciativas si no se perjudicaran directamente sus intereses, sean de la índole que sean.
Sobre las posturas enconadas, las empresas desarrolladoras de los proyectos tienen su cuota de responsabilidad. Con la premisa de que “la ley nos ampara” muchas organizaciones se han centrado en implementar sus proyectos. Su motivación, el éxito las estrategias técnicas, administrativas y jurídicas de su planes pero dejando de lado la comunicación. De este modo, la falta de información y de transparencia ha generado temores y dudas que han llevado a situaciones imposibles de reconducir.
En cuanto a los discursos carentes de rigor, esto cada vez está cambiando más. La falta de credibilidad en el sistema, motivado por la crisis económica, política y de valores, ha potenciado los movimientos sociales. Además, la incorporación de consolidados líderes de opinión y personalidades con perfiles más técnicos y científicos a estos movimientos. Por si fuera poco, el efecto multiplicador de la comunicación 2.0 permite no sólo generar un caldo de cultivo adecuado sino compartir experiencias, conocimiento y teorías, entre las que por supuesto también están las científicas y argumentadas.
Finalmente, sobre la supuesta hipocresía, es cierto que es insensato e incomprensible que se produzca una reacción en contra a una situación solo por el hecho de estar “en mi patio trasero” pero cuando el panorama es el que es, también es lógico que la sociedad se revuelva y diga: “señores, que paguen otros, que yo ya pago bastante”. Aviso a navegantes: Gobierno, políticos, empresas, sociedad, todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad pero seamos equitativos porque de lo contrario todos nos haremos NIMBYS.
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