Aunque el asunto es muy serio, permítanme jugar un poco con la relación epistolar que mantienen el Presidente del Gobierno y el President de la Generalitat. En la era digital y audiovisual resulta que se vuelve a la carta tradicional, con membrete, código postal, amable saludo, despedida cordial y firma personal a mano, para comunicarse las cuestiones importantes, lo anuncios trascendentales, las declaraciones de amor…perdón no, de amor no, quería decir las declaraciones de independencia o las no declaraciones de la misma.
Se evidencia que los requerimientos de importancia se hacen por escrito, dando relevancia a lo que queda impreso, a las palabras meditadas que finalmente se posan en un lugar para leerse las veces que sea necesario. Con un emisor y un receptor, con un inicio, un desarrollo y un desenlace (como se arman la mayoría de las cartas personales), o con un anuncio, una advertencia o una petición. Estas cartas tienen además el interés de establecer un diálogo entre los máximos ejecutores de decisiones vitales para Cataluña y España. Mariano Rajoy advierte a su “Estimado President”, según reza el encabezamiento, que puede activar el artículo 155 de la Constitución. Carles Puigdemont contesta a su “Apreciado Presidente Rajoy” (dixit) que la Declaración Unilateral de Independencia es un deseo de la mayoría de los catalanes. Ambos tienen botones a su alcance que pueden o no apretar y se lo dicen por carta. “Se lo advierto, la legalidad es lo primero…”, dice Rajoy. ”Le pido que me entienda y que hablemos”, dice Puigdemont. Se me ocurre que si hubieran empezado a mandarse cartas antes no hubiéramos llegado hasta este momento de fractura cruel, pero eso es otro asunto.
Hay que reconocer que ya nos estábamos acostumbrando a los 148 caracteres para informar de todo. Al fin y al cabo, Donald Trump amenaza a Corea del Norte vía twitter y ya nadie se sorprende. Las Cartas de Rajoy y Puigdemont son como una metáfora sobre lo necesario de volver a lo clásico para abordar el presente. Volver a hacer política, política con mayúsculas, se dice a menudo, como se hizo en la Transición, para arreglar problemas actuales que sin embargo nos recuerdan a los desafíos del pasado.
No nos podemos escapar de la era digital y de sus redes, sociales o antisociales, pero sí utilizar lo viejo y lo nuevo sin desmerecer lo uno y lo otro, porque cada cosa tiene su lugar.
En la película Kingsman: The Secret Service, muy popular entre los adolescentes, el malo, un personaje que tiene el control del planeta mediante el hackeo de todo lo hackeable, pide un bolígrafo y un papel para apuntar la contraseña maestra que activa la máquina capaz de destruir el mundo porque considera que “es lo único que no se puede hackear”. Es interesante pensarlo un minuto. Al final ese papel garabateado y que viaja en un bolsillo soporta el secreto mejor guardado.
Quizás a las cartas de Rajoy y Puigdemont sólo les falte ese detalle, que sean privadas, y que nadie pueda leerlas y utilizarlas. Así, en la fantasía, el carteo entre Rajoy y Puigdemont podría ser el inicio de una relación en busca de soluciones.
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