Todos nos equivocamos. Estamos permanentemente expuestos, como personas, influencers, miembros de la Casa Real o ejecutivos de empresas. Lo que hacemos, decimos y hasta lo que callamos y transmitimos con nuestro lenguaje corporal, habla de nosotros. Por eso, cada acto público debe cuidarse hasta el último detalle. El qué, -el mensaje-, el cómo, -la forma en que debe hacerse- el cuándo –el momento más oportuno para escenificarlo- y el por qué –los motivos que nos llevan a ejecutarlo, son reflexiones que no deben dejarse la azar.
Cuando escuchas a un político, detrás hay muchas horas de trabajo previo para que la puesta en escena sea apropiada –y no estoy hablando de la pantalla de plasma del señor Rajoy- y el discurso sea claro, creíble y llegue al ciudadano. En política si, además de creíble, el mensaje es cierto, la cosa ya es de diez, ¿verdad, señora Cifuentes? Pero esto es objeto de otro post.
Antes de cada intervención del máximo ejecutivo de una empresa, ya sea en una rueda de prensa, una entrevista o un foro sectorial, el departamento de comunicación de la compañía y empresas como Dédalo trabajamos para preparar esa cita. Nos ocupamos de que nuestro portavoz sea directo, utilice un lenguaje comprensible para su interlocutor o audiencia y tenga capacidad de transmitir titulares. Esto significa que no hay que decir, hay que contar, que no hay que hablar, hay que atrapar a la audiencia, que no basta con rellenar un tiempo con palabras y hacerlo de una forma más o menos digna, sino que hay que cumplir un objetivo.
Y en ocasiones, claro está, llega el error porque como dijo el dramaturgo francés Théodore de Banville “los que no hacen nada nunca hierran”. El error es una forma más de aprendizaje. En Dédalo, cuando organizamos sesiones de formación para preparar intervenciones públicas a directivos siempre les decimos “equivócate mucho aquí y ahora, esto significa que no lo harás después”. Pero si aun así ocurre, habremos aprendido la lección. Cometeremos otros errores, muchos, pero serán diferentes.
Dulceida volverá a incendiar las redes porque siendo la influencer más seguida de España todo lo que hace y dice es objeto de un análisis exhaustivo… y de una crítica sin piedad por sus detractores. Seguro que en breve ocupará nuevamente portadas pero nunca olvidará que no puede darse un baño de espuma en África.
Por su parte, la reina Letizia, que lleva siendo objeto de debate casi quince días por el famoso vídeo de la misa de Pascua, ahora se deshace en detalles con su suegra, la reina emérita. Y es que rectificar es de sabios. Sin embargo, en ocasiones no basta con rectificar como un sabio sino que hay que pedir perdón. Porque en comunicación, el silencio no es rentable y el poema de Pablo Neruda que dice “me gusta cuando callas porque estás como ausente”, solo es válido para el amor, no para una audiencia que está permanentemente pendiente de todo lo que haces y cuándo te equivocas. El miedo al juicio público nos incita con frecuencia a refugiarnos en el olvido como huída hacia adelante pero el coste en la imagen de la persona, la institución o la empresa está hecho. Mejor rectificar y si es necesario, sí, pedir perdón.
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