Me gustaría hacer una reflexión acerca del lugar del español relacionándola con las supuestas jerarquías que existen dentro de las distintas hablas de un mismo idioma. Desde fuera del inglés se perciben ciertas asperezas entre la norma de la Gran Bretaña y la de los Estados Unidos, expresada a través de los distintos exámenes que las universidades de cada país admiten o están dispuestas a reconocer. Pienso en el TOEFL americano y en los exámenes de la universidad de Cambridge para el caso británico, pero fuera del contexto académico no me consta que un angloparlante de Canadá, Nigeria, Jamaica o Australia sea doblado, traducido o examinado en el Reino Unido.
Sin embargo, el idioma que ha abierto todas sus fronteras para abolir las jerarquías es el francés, ya que la Organización Internacional de la Francofonía presume de contar con 900 millones de hablantes de francés repartidos por 49 países que ni siquiera son todos francófonos, porque Rumanía, Croacia, Bulgaria, Tailandia, Uruguay, Argentina, Costa Rica, Líbano, Egipto y Armenia, entre otros, forman parte de la Francofonía. Así, una película camerunesa jamás sería subtitulada en Francia por la misma razón que las películas de Hollywood no se subtitulan cuando son exhibidas en salas británicas.
¿Sucede lo mismo con el español? Por desgracia no, porque en España cada vez es más frecuente toparse con rótulos que advierten del «español latino» de algunos doblajes o -peor todavía- con películas latinoamericanas subtituladas al español peninsular. Un ejemplo reciente es el de la película mexicana «Roma» -ganadora del León de Oro en Venecia y de tres Óscar de la Academia de USA en 2019. No es una costumbre generalizada, mas sí una tendencia cuando menos estrambótica, porque para nuestra lengua sólo existe un examen que certifica la correcta competencia y dominio del idioma español -el Diploma de Español como Lengua Extranjera (DELE)- y que otorga el Instituto Cervantes con la colaboración de numerosas universidades hispanoamericanas. ¿Tendría sentido la existencia de un examen para el «español latino» y de otro para el «español peninsular»? ¿Deberían examinarse de «español latino» los profesionales españoles que desean trabajar en América Latina? Me consta que una mayoría de hispanohablantes peninsulares se ha sentido abochornada por el episodio de los subtítulos de «Roma», aunque más sorprendente todavía fue el intento de convertir al idioma español en un arma estratégica de la Marca España.
En efecto, el 2 de febrero de 2018 se publicó en el Boletín Oficial del Estado (BOE) el Real Decreto 49/2018, cuyo preámbulo proclamaba: «La lengua española constituye un instrumento esencial en la promoción internacional de España y se erige como área de especial relevancia en el proyecto de Marca España«. Vaya por delante que España sufraga con sus propios recursos el Premio Cervantes, el Instituto Cervantes y los congresos internacionales de la lengua española, porque ningún país hispanoamericano podría dedicar una parte equivalente de sus presupuestos a financiar nada semejante, pero aquella iniciativa provocó perplejidad en una comunidad de países que siente que el español también le pertenece. Así, en menos de un mes se pronunciaron en contra las academias latinoamericanas de la lengua, el prestigioso Instituto Caro y Cuervo de Colombia y el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, quien sentenció rotundo: «No se puede encarcelar un idioma. Más cuando hay muchos países que lo sienten como propio. Es un error, bajo mi punto de vista».
Por supuesto, la jangada se desvaneció sin pena ni gloria, aunque a la comunidad hispanohablante le sorprendió que una ocurrencia tan peregrina pudiera llegar a publicarse en el BOE sin que saltara ninguna alarma literaria, diplomática o académica. ¿Se imaginan que a alguien en Downing Street se le antojara declarar al fútbol «Marca Gran Bretaña» y que en virtud del Brexit el Reino Unido impugnara la celebración de torneos de fútbol dentro de la Unión Europea?
Fernando Iwasaki. Narrador, ensayista, crítico e historiador
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