Todo el país está conmocionado por la muerte del pequeño Gabriel. Durante días, su desaparición ha ocupado gran parte de los informativos y de los magazines de actualidad. La crueldad del desenlace ha impactado en los corazones de la gente. Hasta los políticos se han implicado en el caso. Representantes del Gobierno, al más alto nivel, han acudido a los funerales. El “pececito”, símbolo de la pasión que Gabriel sentía por el mar, inundó las redes. La gravedad del suceso justifica este sentimiento global. También la sensatez y la ternura de Patricia, la madre, que en cada una de sus intervenciones públicas ha hablado con una inusitada serenidad. En medio del desgarro, ella ha puesto cordura al pedir que nadie extrapole su rabia con mensajes xenófobos o violentos. Hasta aquí todo bien. La historia nos invade con merecido criterio. Llega un momento, sin embargo, donde el duelo tiene que tener su reflejo. Los padres de Gabriel decidieron atender con profusión a los medios durante la búsqueda de su hijo. Parece que sus comunicados respondían a una estrategia para posibilitar la liberación de Gabriel, bajo el pensamiento de que estaba secuestrado y que podría ser liberado. Los medios se han alimentado de sus amorosas palabras, de su accesibilidad, de su pública tristeza. ¿Pero qué pasa cuando la evidencia acaba con las palabras?
La reflexión viene al caso por una entrevista que una cadena privada realizó a los padres de Gabriel en la capilla ardiente donde se velaba su cuerpo. En el informativo de las 21h. Una educada periodista les invita a hablar delante de las cámaras. Patricia y Ángel estaban muy enteros y cariñosos, como siempre, pero en su mirada mostraban la vulnerabilidad de cualquier persona que está iniciando el duelo. Los que han tenido la experiencia de perder a alguien muy querido saben que la confusión y el aturdimiento son comunes en esos momentos. Es como si uno dejara de ser dueño de sí mismo. Los padres se brindan a hablar ante el micrófono. Nadie parece obligarlos pero hay en la escena algo de forzado, una intromisión en dos vidas destrozadas que, más que actuar en libertad navegan en una nebulosa. Y es aquí donde reclamo un papel activo por parte de los medios. ¿Puede una televisión voluntariamente negarse a la exclusiva de tener a unos padres destrozados por respeto y consideración hacia el duelo? Mi teoría es que DEBE voluntariamente evitar esta entrevista. Entre las virtudes de los medios está la de arrastrarnos hacia lugares que apenas imaginamos y esto puede ser algo maravilloso o repugnante, según el caso. A menudo escucho la arenga de que los espectadores tienen el mando para elegir qué quieren ver en la televisión. Me niego a que sea siempre el espectador quien tenga que poner los límites a lo éticamente correcto. Mi pregunta es: ¿No se merecen los padres de Gabriel un poco de cordura?
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