Junto a mi casa hay una residencia de ancianos. El día número quince de confinamiento, han llegado varias ambulancias a la vez, escoltadas de patrullas de policía. Sus sirenas atacan el silencio que estos días acompaña a las calles. El estruendo es feroz. No hay nada peor que imaginar y no saber con certeza qué ocurre. Algo sí sabemos, los ancianos mueren con la enfermedad que provoca el COVID19. No sabemos sin embargo qué ocurre exactamente en este centro. Muchos vecinos abrimos las ventanas, sólo vemos sirenas frenéticas. Desde un altavoz se dan órdenes, pero no se capta bien lo que se dice. Imaginamos que se llevan a enfermos infectados por el coronavirus a hospitales. Imaginamos que son varios, porque suenan varias sirenas y vemos algunas de las ambulancias que han llegado. No sabemos, sólo imaginamos, deducimos, pensamos qué puede estar ocurriendo. Sufrimos cuando no hay certezas.
Ha vuelto el silencio después de que las ambulancias han abandonado el lugar y una patrulla ha hecho una ronda y alguien, imaginamos que un policía, ha dado las gracias al vecindario porque de todas las ventanas salían aplausos acalorados, nerviosos. Aplausos de gratitud hacia el personal sanitario que, imaginamos, estaba trabajando en la evacuación de los ancianos.
Y yo, confieso, he llorado. Imaginé a los ancianitos atados a las camillas como frágiles muñecos, con sus batas de abuelo y su soledad. Como estamos sumidos en una tristeza global, aunque nos riamos y pongamos buena cara a la pandemia, tenderemos a pensar que todo lo que está ocurriendo en esa residencia es negativo. Y es muy probable que sea así, pero también es posible que tan sólo se hayan llevado al hospital a un anciano, que el resto eran celadoras o celadores jóvenes que han sido infectados pero que saldrán adelante. Lo que quiero decir es que simplemente no sabemos, tan sólo imaginamos.
Y esta es la cuestión que quiero abordar hoy en mi post, a la vez que he dado rienda suelta a mi emoción ante una experiencia que he vivido: si la imaginación sustituye a las certezas podemos vernos arrastrados a una irrealidad muy dañina.
Reivindico la necesidad de tener datos
Me acuerdo a menudo de una reflexión recurrente del televisivo escritor Eduardo Punset. Recordaba que el humano era el único ser vivo capaz de sentir miedo ante un león sin tenerlo delante. Lo imaginamos, sentimos su amenaza y nos invade el miedo.
Hoy, más que nunca, reivindico la necesidad de tener datos y de que la información sea veraz. La comunicación, en toda su amplitud, forma parte de lo considerado como un derecho esencial. Y lo estamos viendo con toda claridad estos días cuando las empresas de comunicación no paran porque sus servicios son fundamentales para los ciudadanos. Otra cosa es el uso que se hace de esa información. Habrá un nuevo post sobre esta cuestión. Ahora, por favor, apelo a la responsabilidad. Tratemos esta pandemia con el máximo rigor, con datos, con reflexión basada en hechos, que no se nos dispare la imaginación. Porque, como decía al principio, sufrimos cuando no hay certezas.
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