La transparencia está de moda y, como todas las modas, se ha convertido en estandarte. A situarla sobre todas las pasarelas ha contribuido como nadie la clase política, que usa y abusa del palabro como si fuese el talismán garante de su honestidad. La multitud de escándalos de corrupción y fraude que visten los informativos y las páginas de los periódicos han convertido la transparencia en el “imprescindible” de las últimas temporadas. Tendremos hasta una Ley de Transparencia.
Como siempre ocurre en estos casos, corremos el peligro de que el abuso nos distancie del significado, lo aleje provocando distorsiones de percepción e, incluso, pérdida de contenido. Y no podemos permitírnoslo. En palabras del sociólogo y consultor político Ricardo Paz Ballivan, “Donde hay comunicación hay transparencia, donde hay transparencia hay democracia y mayor posibilidad de intervención de los ciudadanos en la definición de las políticas y en la participación de todas las decisiones de su vida cotidiana.” Por el contrario, “donde no existen canales adecuados de comunicación, que hagan que ésta fluya con la menor cantidad de ruidos, se provocan sociedades autoritarias, poco transparentes, oscuras…”. Ahí es nada.
La transparencia no es garantía de credibilidad
Pero tenemos que dar un paso más, la transparencia no es garantía de credibilidad igual que la comunicación no lo es de verdad. En la ecuación nos faltaría un factor imprescindible: la coherencia. Cómo recordada Jaime Velasco en una reciente entrada en su blog hay dos factores que resultan críticos para conseguir la ansiada credibilidad: la verdad y la coherencia, “es posible comunicar con éxito en el corto plazo incluso renunciando a la verdad, pero es imposible hacerlo en el largo porque la ley de la gravedad es realmente tenaz con la mentira”.
Credibilidad, reputación y confianza
Que la sociedad actual exige más transparencia es un hecho. La tecnología y el universo de Internet han abierto millones de canales de información al alcance de todos. Las empresas no son ajenas a esta reivindicación de mayor transparencia. No se trata de desvelar estrategias comerciales o de marketing claves para mejorar la competitividad, ni de descubrir aquellos “secretos” que constituyen su valor añadido. Lo que la sociedad reclama realmente son empresas, instituciones y políticos en los que se pueda confiar.
La confianza es un tesoro frágil que requiere de enormes esfuerzos y al que hay que alimentar cada día. Esfuerzos que hablan de coherencia y de consistencia. Igual que en las relaciones personales, primero somos precavidos, recelamos, poco a poco concedemos cierto crédito y, por último, confiamos. La consistencia y la coherencia juegan un papel definitivo en esta conquista, y llevan implícitas en cierto modo la verdad y la transparencia. Si mentimos o si ocultamos información decisiva nuestros actos, más pronto que tarde, acabarán delatándonos.
Este es el gran reto al que nos enfrentamos en el campo de la comunicación profesional. La comunicación está llamada a ampliar cada día más su papel; en una empresa todo comunica (no sólo lo que hace sino también lo que deja de hacer). Es labor de quienes somos responsables de este activo que la empresa “transparente” en su acontecer diario consistencia y coherencia. La credibilidad, la reputación y la confianza se alcanzan cruzando ese puente.
- Postureo, comunicación y el MWC - 18 febrero, 2020
- Cinco errores de la comunicación interna que impiden “el cambio” - 6 marzo, 2019
- «Por trece razones» y la incomunicación - 26 septiembre, 2018