¿Hasta dónde crees que alcanza el poder de persuasión de los medios de comunicación en la sociedad?
Si aún no eres consciente, te invito a ver una de las series que Netflix estrenó antes de las vacaciones, engrosando su catálogo de obras true crime: ‘El caso Wanninkhof-Carabantes (Murder by the Coast)’.
Se trata de un documental que analiza dos de los crímenes más mediáticos de los últimos años: el de Rocío Wanninkhof en 1999 y el de Sonia Carabantes en 2003. Esta película de no ficción te ayudará a cuestionar el relato que hicieron los medios de comunicación.
Y es que el asesinato de Rocío contaba con los mejores ingredientes para hacer de la tragedia un buen culebrón: el crimen de una joven; una madre que exigía justicia en los platós de TV; una expareja, mujer, Dolores Vázquez, y una sociedad sedienta de venganza en busca del culpable. Morbo garantizado.
El caso es un ejemplo claro de cómo se creó a una falsa culpable a través de la homofobia. Vamos, que se dio a entender a la sociedad que de una relación entre dos mujeres lesbianas no podía salir nada bueno. En este suceso coincidieron dos fenómenos muy relacionados: la lesbofobia y la misoginia. Dolores Vázquez no era lo que se podía esperar de una mujer que acababa de perder a alguien cercano. Simplemente ese hecho fue lo que la condujo a su juicio. Así de triste.
Y aquí los medios de comunicación fueron en gran medida culpables de avivar el fuego del odio. En los platós se traspasaron todos los límites con una cobertura sensacionalista del caso. Mientras que en la prensa no faltaban a diario titulares destructivos que distaban muy mucho de acercarse a la realidad.
Pero lo más grave es que transcendió hasta los tribunales, siendo uno de los peores errores policiales y judiciales de la historia de España y que convirtió el juicio de Dolores en un circo mediático.
Persuasión de los medios
De la mano de una intensa campaña mediática y social por convertir a Dolores Vázquez en la villana lesbiana despechada por su ruptura con la madre de Rocío, la acusada acabaría siendo considerada culpable sin pruebas por un jurado popular. Repito, sin una sola prueba física que la inculpase. Cumplió 18 meses de condena hasta que el verdadero asesino volvió a matar. Lo hizo años después y su víctima fue Sonia Carabantes.
Es decir, tan solo el paso del tiempo y una víctima más, consiguieron que se hilaran ambos casos y se diera con la identidad del verdadero culpable: Tony Alexander King, conocido en Reino Unido como el estrangulador de Holloway, fichado por la Interpol.
Los medios se cuidaron mucho de no mencionar la palabra ‘lesbiana’ pero sí realizaron alusiones constantes a su aspecto físico y comportamiento ‘poco femenino’. Y es que Dolores Vázquez ni gritó, ni lloró, ni se desesperó, ni se mostró en ningún momento sumisa ni vencida por la situación, como erróneamente se sigue creyendo que tiene que actuar una mujer.
‘A Dolores no se le perdonó nunca ni su valor ni tampoco el mantenimiento en todo momento de su dignidad personal’. Así lo cree Tània Balló, la directora de la película. Y así lo creo yo también.
En mi memoria quedan grabadas las imágenes de las puertas de los juzgados con cientos de cámaras y periodistas en busca del titular del día y de la multitud de curiosos intentando acceder a la sala, ávidos por inculpar a esa mujer que los medios se encargaron de calificar como fría, malvada, rencorosa, vengativa, calculadora, y, que además, era lesbiana.
La delgada línea roja
Buscar lo impactante hasta traspasar la línea que el periodismo no debería cruzar nunca, la del morbo (que no agrega datos informativos significativos) es un riesgo que se corre, y un error en que se incurre, desde hace tiempo.
No confundamos la libertad de prensa con hurgar sin miramientos en la herida del dolor. Y, sobre todo, con la manipulación de la información distorsionándola para disimular la verdad o para convertirla en otra cosa.
Porque no solo se acabó con la vida de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. También se ´mató’ y enterró en vida a Dolores Vázquez. Un jurado popular y un tribunal, evidentemente influenciados por la sociedad y las conjeturas en los medios de comunicación, la condenaron injustamente a 15 años de prisión. Mientras, esa misma sociedad la señalaba, insultaba y denigraba públicamente.
¿No da qué pensar?
En muchas partes del mundo se conmemora hoy el Día del Periodista. Quizá deberíamos recordar el código deontológico que rige el comportamiento de los informadores y que se basa, entre otros, en el respeto a la verdad y a la presunción de inocencia, en perseguir la objetividad, contrastar los datos y diferenciar con claridad entre información y opinión.
Por cierto, a fecha de hoy, Dolores Vázquez no ha recibido ninguna indemnización por los meses que estuvo en la cárcel.
Aún peor, nadie le ha pedido disculpas.
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