Spielberg y la credibilidad de las fuentes

“Si no les pedimos cuentas, ¿quién va a hacerlo?”, se pregunta de forma retórica Ben Bradlee, el mítico director de ‘The Washington Post’. La escena pertenece a la última película de Steven Spielberg, que aborda el papel de los medios de comunicación como contrapeso del poder ejecutivo en los países democráticos. A pesar de que la disrupción digital cuestiona su modelo de negocio, los medios tradicionales siguen siendo vitales para que la sociedad tome conciencia de los actos de sus dirigentes. Sin ser los únicos titulares de esa labor de vigilancia, las empresas informativas deben reivindicar su profesionalidad como uno de los pilares de su credibilidad, frente a la multitud de creadores de contenido que pululan en Internet y de los que desconocemos sus intenciones y honestidad.

El último trabajo de Steven Spielberg vuelve a poner el foco cinematográfico sobre el oficio de periodista. “Los archivos del Pentágono” relata la historia de la filtración, en 1971, de material reservado que mostraba la política oscurantista de la administración norteamericana en relación con la guerra de Vietnam. La publicación de estos informes por parte de ‘The New York Times’ y ‘The Washington Post’ supuso un duro golpe para la credibilidad de numerosos presidentes estadounidenses, incluido el tan ponderado J. F. Kennedy. Pese a que la mácula tiznaba a varias generaciones de políticos, fue la administración de Nixon la que, puesta en el brete de lidiar con el toro, no dudó en usar su potencial avasallador para enterrar el asunto. Sin embargo, se encontró enfrente a unas cabeceras empeñadas en contar una realidad incómoda, a costa incluso de su supervivencia como empresas.

La cinta de Spielberg, merecedora de un gran respaldo de la crítica, se cuenta entre los numerosos filmes sobre investigaciones periodísticas que, en las últimas décadas, han destapado grandes escándalos pese a la férrea oposición de los poderes fácticos, ya fuesen políticos, económicos o de orden espiritual. Este subgénero cinematográfico -expresión sofisticada del conflicto ancestral entre el fuerte (injusto y opresor) y el débil (justiciero y valiente)-, resalta el valor cívico del periodismo como control del poder establecido.

La industria estadounidense vuelve sus ojos cada cierto tiempo sobre este tema. Frente a esta atención, resulta llamativa la ausencia del oficio periodístico en la cinematografía española. Los periodistas avezados, cuando asoman a la pantalla de las producciones nacionales, suelen ser individuos solitarios empeñados en desentrañar algún misterio que rara vez tiene repercusión política. Y no será que en este país no haya medios incómodos…

Pese a todo, muchas veces el perfil ideológico de estos medios se ha utilizado para desacreditar sus dardos informativos, como si el interés que alienta una investigación desautorizase la revelación de hechos censurables o directamente ilícitos. Quizá no sea de perogrullo explicar a estas alturas que, en la labor periodística, el ‘pecado mortal’ no es la ideología de quien escribe, sino la falta de profesionalidad a la hora de contrastar hechos, consultar fuentes, transmitir toda la verdad…

Especialmente importante es el cultivo de fuentes fiables de información, algo que se ha descuidado en el universo digital. Las redes sociales se han convertido en una caja de resonancia para emisores de los que desconocemos prácticamente todo, en especial de dónde extraen la información. La imposibilidad de trazar una línea clara hasta las fuentes es un problema con profundas implicaciones políticas y sociales. Si no queremos perecer de infoxicación la sociedad necesita una mejor educación del espíritu crítico para hacer una criba de información en la que los medios de comunicación pueden ser grandes aliados… si hacen justicia al espíritu que les llevó a ser grandes.

Roberto Pastrana 

Dédalo
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