Mi compañera Marina Zamarreño compartió hace unos días su punto de vista sobre el lenguaje inclusivo. Como ella misma defiende con mucha sorna, la suya es la “postura sensata”, “la buena, señora”. Hoy me toca a mí defender la “postura de la equidad”, “la justa, señora”.
¿Es inclusivo el masculino genérico?
Desde la RAE se defiende el uso genérico del masculino gramatical como el «mecanismo inclusivo» del que se dota la lengua para aludir a colectivos formados por hombres y mujeres, en lugar del desdoble de términos o lenguaje inclusivo, una práctica que, a su juicio, hay que evitar.
Es decir, para la RAE, y para mi compañera Zamarreño, el masculino genérico es inclusivo, pero según mi criterio no puedo aceptar “pulpo como animal de compañía”. Hay decenas de estudios que evidencian que el masculino genérico deja a las mujeres en una especie de invisibilidad de la que no somos ni conscientes.
Me gusta especialmente el estudio sobre esta cuestión proporcionado por Juan Cuesta, profesor en una Facultad de Ciencias de la Información. Cuesta presentó a su alumnado como primera tarea la redacción de una noticia sobre “El primer día en la universidad de un alumno de periodismo”. Sus estudiantes, treinta alumnas y diez alumnos, escribieron sobre un joven varón que iniciaba la carrera de periodismo, sin que nadie de la clase imaginara que la frase podía referirse a una joven. Hay pruebas empíricas que demuestran las consecuencias negativas de “ignorar” a las mujeres.
¿La RAE es machista o es machista el lenguaje?
Si hablamos con expertos en lingüística nos dirán que «el lenguaje no es sexista», como mi querida Zamarreño. Insisten en que “la lengua es patrimonio de sus hablantes, no de los académicos”. Pero la realidad es que nuestro lenguaje es machista, nuestra cultura es machista y, lamento decirlo, la RAE también es machista. Ni la gramática ni su uso lingüístico han caído del cielo.
De hecho en la RAE siguen vigentes toda clase de definiciones que demuestran el trato discriminatorio hacia las mujeres en la lengua española. Por ejemplo, la RAE define “hombre público” como aquel que “tiene presencia e influjo en la vida social”. Sin embargo, “mujer pública” es definida directamente como “prostituta”. Entonces, según la RAE, ¿una mujer pública solo puede ser una prostituta? Esta definición deja patente la invisibilidad de las mujeres en la esfera pública de cualquier tipo de profesión. Retrata a una mujer que tiene que estar en el ámbito privado, el del hogar. Porque si las mujeres ascienden al ámbito público o social solo puede ser para prostituirse. Esto tendría que revisarse sí o sí.
Por no hablar de una de mis palabras favoritas “Cocinillas”, definida por la RAE como “Hombre que se entromete en las tareas domésticas, especialmente en las de cocina”. ¡Porque la cocina no es de la incumbencia de los hombres! La cocina es el hogar de las mujeres, como “Dios manda”. ¿Y una mujer no puede ser cocinillas? No, porque parece que según la RAE las mujeres nacemos con una sartén bajo el brazo.
Pero sin duda la definición que más me ha dolido es la de “Padre”, como el “cabeza de una descendencia, familia o pueblo.» Las madres no son ni pueden ser cabeza de familia. La “madre” es solo “la que ha concebido o ha parido uno o más hijos”. Pero no existe la acepción de “cabeza de familia” con la “madre” ni se la espera. El cabeza de familia, el que trae el dinero a casa, el jefe de la casa, el padre. ¿Me explicas?
La RAE todavía tiene que trabajar en “des-masculinizar” el diccionario. Una institución en la que, por cierto, a día de hoy, solo hay 7 mujeres entre los 46 académicos que la conforman.
¿El lenguaje es una herramienta para combatir la desigualdad?
Desde luego. Si pronunciamos el mundo en masculino es porque lo estamos pensando en masculino. Está claro que cada uno puede usar la lengua como le parezca, pero las pautas sí que inciden en un sentido determinado y nombran de una forma más sensible la realidad.
Durante el COVID he escuchado en varias ocasiones hablar de “médicos, consultores, psicólogos, enfermeras y limpiadoras”. El eterno problema de la masculinización y feminización de determinados puestos de trabajo es una realidad, que lleva implícita la consiguiente jerarquización valorativa. Esta crisis nos ha enseñado que el lenguaje inclusivo importa y que el lenguaje tiene mucho que aportar a la creación de una sociedad más justa.
¿Lenguaje inclusivo: moda o necesidad?
Es cierto que las nuevas generaciones son más perceptivas ante estos detalles lingüísticos, pero creo que es por necesidad más que por moda. El lenguaje es un factor clave en la socialización porque transmite lo que pensamos.
En Dédalo siempre decimos que somos lo que comunicamos. Y una parte relevante de la sociedad exige nombrar a las mujeres como sujetos pensantes y visibles. Porque no podemos obviar que lo que no se nombra, no se ve, y lo que no se ve, no existe.
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