Mallorca. La catedral de Palma, el castillo de Bellver, las cuevas del Drach… Ese lugar asombroso que, aun siendo parte de España, parece Alemania o Inglaterra. Y es que por las calles mallorquinas pululan sujetos de aspecto extravagante, a veces de nacionalidad española, pero de piel colorada y estilo estrafalario. A ellos nos referimos con cariño con el denominativo guiri y hoy quiero hablaros de ellos, de los guiris, pero de los guiris de la lengua, de los extranjerismos.
Las lenguas tienen varios mecanismos para suplir una carencia léxica. A menudo aparecen nuevos conceptos que hay que denominar de algún modo y el español —o el inglés, o el francés— se buscan las mañas para encontrar la palabra adecuada. La adopción de voces extranjeras o extranjerismos es una de ellas. Cuando el extranjerismo se queda tal cual, se llama barbarismo y se escribe en cursiva (manspreading, spoiler, post). El barbarismo en lengua es como ese turista inglés que se pasea por Mallorca con calcetines y sandalias, el que se cena una paella a las seis de la tarde, el que se queja porque todo lleva ajo…
Cuando la voz extranjera se adapta a la grafía de la lengua receptora, se llama préstamo. El préstamo se toma un vermú a la una de la tarde y se come la paella a las tres, se queda de sobremesa hasta las cinco y vuelve al apartamento por la sombra para echarse la siesta hasta que baje el sol. Préstamos los hay para todos los gustos, de todas las épocas y de origen diverso. Algunos están tan adaptados a la cultura de acogida, que ni parecen ya préstamos: almohada, aceite, escabeche, café —todas de origen árabe; bricolaje, chef, menú —del francés; fútbol, clip, bar —del inglés.
Pero los préstamos que molan son esos que se sienten totalmente integrados, que ya llaman jefe al camarero y piden raciones para compartir, pero que continúan con ese acento delator que no se quitan ni con agua caliente. Esas palabras rarunas que ni son locales ni son turistas.
Mi favorita y la que encabeza el top three de préstamos salerosos es güisqui (whisky o whiskey). Güisqui entró en el diccionario en 1984, casi diez años después de que se convirtiera en canción del verano de la mano de Desmadre 75 (“Saca el güisqui cheli”), y en pleno auge del cubata (que entró un año antes, en el 83). Yo la palabra güisqui me la imagino con chupa de cuero, vaso ancho y purazo con cara de “y tú qué miras”.
Dentro de este mismo campo semántico, están también admitidas birra, champán y coñac. Pero todavía no se ha aceptado yintónic, así que propongo que abramos un change.org para que entre en la próxima edición del diccionario. Seguro que @lavecinarubia nos apoya.
Muy cerca de güisqui está bluyín (blue jean). Bluyín entró en 2014 (¡2014!) y se utiliza mucho en América Latina, tal y como indica la RAE. Yo en España no la había oído jamás, pero me encanta. “Carlos José, cuelga el bluyín en el clóset y vente al living, por favor”. Ese año, los académicos estaban generosos, porque aceptaron también cederrón (CD-ROM), cuyo plural, obviamente, es cederrones.
Voy a hacer un poco de trampa, porque el tercer puesto está tan disputado que no logro decidirme. Además, todas pertenecen al campo semántico de la comida, así que aceptamos pulpo, ¿no? No sé si me gusta más beicon (bacon), cruasán (croissant) o espagueti (spaghetti). Las dos primeras se aceptaron en el 92, pero espagueti lleva casi 50 añazos en el diccionario (1970).
Fuera de concurso, quiero hacer una mención especial a un par de palabras que están en la cola de espera para entrar en el diccionario: párquin y márquetin. De momento son solamente propuestas, pero espero verlas en la próxima edición vigesimocuarta del DRAE.
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