El hombre lleva más de un millón de años utilizando la comunicación no verbal. Ya Quintiliano, entre el año 35 y 100 d.C., hablaba de la significación de los gestos que realizamos de manera consciente e inconsciente. E insistía en la importancia de que el lenguaje gestual acompañe a nuestro discurso, que nuestras palabras y nuestro cuerpo transmitan el mismo mensaje. Parece que a Quintiliano ya le preocupaba la coherencia.
Sin embargo, este tipo de comunicación ha comenzado a estudiarse desde el punto de vista científico hace sólo unas décadas. El psicólogo Albert Mehrabian, actualmente profesor emérito en UCLA, realizó diversos experimentos sobre la importancia de las actitudes y los gestos en la comunicación de los sentimientos y encontró que, en ciertas situaciones en que la comunicación verbal es altamente ambigua, solo el 7% de la información se atribuye a las palabras. Un 38% correspondería a la voz (entonación, proyección, resonancia, tono, etcétera) y el 55% al lenguaje corporal (gestos, posturas, movimiento de los ojos, respiración, etcétera).
Es la conocida como Regla de Mehrabian, que muchos han malinterpretado hasta el punto de afirmar que en cualquier situación comunicativa, el significado del mensaje se transmite fundamentalmente de manera no verbal, no mediante el significado de las palabras. O no llegamos o nos pasamos. Esto es una exageración que se explica por la generalización indebida de las condiciones específicas de los experimentos de Mehrabian.
Con independencia de cuál sea el peso del lenguaje de los gestos sobre nuestro discurso, está claro que hay un peso que puede contribuir a reforzarlo, hacerlo más comprensible o, por el contrario, reducir su comprensión y/o eficacia. En ocasiones –y seguro que cada uno tiene un ejemplo en mente, los políticos nos proporcionan muchos- nos encontramos con discursos que parecen contrarios a lo que demuestran los gestos del emisor, lo que nos hace perder la atención y no creer en lo que oímos.
El lenguaje gestual puede parecernos algo incontrolable. Realmente, solo es posible controlarlo hasta cierto punto. En comunicación no verbal se engloban muchos gestos y no todos tienen el mismo nivel de consciencia. Nadie es capaz de controlar su dilatación de pupilas, ni siquiera nos damos cuenta cuando se dilatan. Sin embargo, nos pueden dar bastante información en el terreno de la seducción o de la detección de mentiras. Por supuesto, sí que podemos controlar totalmente la información no verbal que facilitamos de forma consciente, como la ropa que elegimos.
Formación de portavoces en comunicación no verbal
Pero existen otra serie de gestos semiconscientes sobre los que sí es posible trabajar. En los cursos de formación y capacitación de portavoces analizamos cuales son esos gestos que nos salen sin pensar, para trabajarlos e incrementar la eficacia de nuestro discurso. Con algo de trabajo podemos y debemos tener el control de nuestro cuerpo para evitar que haya contradicciones entre lo que decimos y lo que contamos gesticulando.
Actualmente se analiza cada gesto incluso más que las palabras en cualquier intervención del orador. El discurso no se queda en lo oral y ni lo corporal basta, se observa la escenografía, la ropa, el tono, la mirada… ¡todo comunica! Y, por tanto, todo debe comunicar lo que pretendemos, sin distracciones, sin incoherencias y con la seguridad de estar trasmitiendo el mensaje deseado.
Un buen comunicador debe ser capaz de expresar oral, gestual, visualmente… y para ello es fundamental la formación. En nuestros cursos para portavoces descubres tus gestos semiconscientes, cómo esos gestos acompañan a tus palabras las refuerzan o por el contrario las desvirtúan. Es verdad que se puede ser un buen comunicador de manera innata pero con el entrenamiento adecuado, conociendo las técnicas, las herramientas y practicando, practicando, practicando todos podemos convertirnos en oradores convincentes. ¿O pensáis que todo el lenguaje no verbal que acompaña a este discurso de Obama es innato?
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